domingo, 12 de junio de 2011

Cuentan las viejas lenguas...

Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años, en la ciudad de Madrid corría el año 1929, era marzo y el primer día soleado de aquel invierno. La gente salía a calentarse a la calle.

Había un hombre llamado Baltasar que hablaba con el carbonero del número 31 mientras esperaba a ser llamado por su mujer para ir a comer.
Pasada ya una hora del mediodía Baltasar vio cómo una camioneta bajaba descontrolada por la empinada calle. El conductor, para no atropellar a una mujer que llevaba dos niños en brazos, pegó un volantazo y tropezó con la parte trasera de un carro repartidor de cervezas que estaba parado delante de la taberna del número 30. El conductor se encontraba almorzando en un piso de ese número y se le había olvidado poner la cadena obligatoria para que el carro no se moviese. Ante estos acontecimientos, la mula del carro, asustada por lo ocurrido emprendió una veloz carrera calle abajo. Delante ya del número 40, pasada la calle de la Fe y en frente de la iglesia, había unos montones de tierra, en los que jugaban niños, un número difícil de precisar. Según una vecina debía de haber alrededor de treinta, otros hablan de menos.

La gente y los vecinos que se encontraban en la calle tomando el sol, empezaron a gritar a los niños, pero ellos o no oyeron o no hicieron caso, y no se movieron. Baltasar, que no podía gritar debido a que le habían realizado una traqueotomía, decidió esperar a la mula frente a la iglesia.

La agarró por las riendas, pero la mula le empujó, haciéndole resbalar y caer al suelo, sobre los guijarros que empedraban la calle, no pudiendo evitar que el carro pasase sobre su cuerpo hasta ser desviado y estrellarse contra una de las casas.

Finalmente sólo resultó herido Baltasar. Los demás hombres, de unos cincuenta que tomaban el sol, ni siquiera se movieron. Los niños habían podido huir. 

Rápidamente se le trasladó a una clínica en la calle del Ave María número 54, donde fue intervenido de urgencia. Más tarde se le llevaron al equipo quirúrgico municipal de la calle Navas de Tolosa. Le diagnosticaron múltiples fracturas principalmente situadas en la parte superior del cuerpo como la cara, el cráneo, clavícula derecha… El pronóstico era: gravísimo.

Allí estuvo hasta el día 12, en que falleció a las dos de la madrugada. Sus últimas palabras fueron: ¡Mis hijos!, ¡Mis hijos!, ¡Quiero ver a mis hijos! No habían accedido los médicos a trasladarle a su casa, donde quería morir y despedirse de ellos. Después de practicarle la autopsia, el cadáver fue llevado a su casa. De aquí salió el entierro, presidido por el Alcalde de Madrid, José Manuel de Aristizábal y Manchón, Reposa en la Necrópolis del Este, en una tumba con cuatro familiares.

Por este motivo y tras algunos trámites, se decidió ponerle su nombre a una calle de Madrid, en honor a él, por su valentía y su coraje. Por él, por Baltasar Bachero.

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